17/6/10





Estaba haciendo una cazuelita de pectorales a la juliana cuando vi ese programa en el televisor de la cocina. Es el plato favorito de Gustavo, mi marido, con sus puerros, sus cebollitas, sus zanahorias, el caldito que antes he preparado aparte, su chorrito de vino blanco, y esos trozos de carne bien troceaditos. Aunque hay quien no está de acuerdo, para mí los mejores son los de hombre de raza eslava. El regustillo a vodka que tienen combina muy bien con los demás ingredientes, no como en los orientales, que saben a arroz tres delicias, o los africanos, a los que se le nota mucho su alimentación a base de ñu y hojas de baobab. En cualquier caso, sea por lo bien que elijo en la carnicería o por otras cosas, Gustavo, mi marido, me dice a menudo que, si sigue enamorado de mí, es por cómo cocino y, cuando tenemos invitados, estos siempre se entusiasman con mis platos.

También vieron el programa Paqui, Celia y Gertru, y también ellas se quedaron patidifusas.
Tanto ir al gimnasio para intentar reducir nuestras lorzas y celulitis, y resulta que el problema estaba en nuestra dieta. La carne humana, explicaba un locutor muy apetitoso, acompañado de muchas gráficas y algún vídeo, proporciona un aporte calórico desmesurado para los individuos de su misma especie, aparte de hacer que aumente el nivel de colesterol y la probabilidad de coger alguna enfermedad extraña, del estilo de la de las vacas locas. Los caníbales, proseguía el busto parlante, no sólo tienen una vidas más cortas que las de la gente con regímenes alimenticios normales, sino que son mucho más feos y barrigudos.

Claro, por eso la ropa nos sienta mucho peor que a las mujeres que comen carne de bicho, me dijo Gertru, cuando acto seguido lo comentamos por teléfono. Tanto esnobearlas por rebajarse a tragar semejante basura, tanto alejarnos de sus carnicerías repletas de productos hormonados, y resulta que, después de todo, tienen razón. Pues vaya gracia, Mari Conchi.

A ver qué hacemos. Porque como les pongamos en sus platos carne procedente de músculos no humanos, nuestros maridos se van a dar cuenta. Anda, para eso nos hemos pasado años educándoles el paladar, y sus madres antes que nosotras. Y entonces, nos podemos ir preparando para las charlas que nos van a dar. Que si no podemos caer en la barbarie, que si nuestra misión ecológica de acabar con los excedentes de población, que si nuestra querida diversidad cultural, mantenida a lo largo de siglos… No lo quiero ni pensar.

Al no ver otra solución, continuamos preparando nuestros malsanos asados, potajes y guisos, siempre con un chorrito de vino y un pellizco de sal, y a veces con unos pimientitos o unos champiñones salteados. Nuestros maridos seguían saboreándolos entusiasmados, mientras nosotras nos mirábamos las cartucheras. Que seguían creciendo, pese a las horas de gimnasio y las carreras en el parque.

Hasta que, un sábado en que los angelitos habían bajado todos a un bar a ver el fútbol y nosotras habíamos quedado en casa de Paqui, sonó el teléfono de Celia y era su amiga Reme. Que estaba indignada.

Harta ya de la situación, había cogido el brazo izquierdo de un espantapájaros, lo había horneado un poco, y le había echado salsa barbacoa encima. Y su Aurelio no había notado la diferencia, lo había engullido de la misma manera que los platos habituales, y luego se había tomado la misma copita de orujo acompañada del mismo cigarrillo. Hasta la había felicitado de lo bien que le había salido, y del regustillo a esquimal tan bueno que tenía.

Nosotras no nos lo creímos en un principio, pero preparamos la receta para las siguientes cenas, y las reacciones de nuestros maridos fueron del mismo estilo. Cariño, esto que has cocinado es delicioso, aplaude a los de la carnicería por tener una materia prima tan estupenda. Bueno, me voy al salón, así que, cuando puedas, me traes el Marca y la copa de pacharán. Qué bien me das de comer, amor mío.

Mañana hay de nuevo partido, y hemos quedado Paqui, Celia, Gertru y yo. A ver qué ingrediente pensamos, que no deje rastro para cuando la policía investigue las muertes.

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